Rohatsu Sesshin 2016, Monasterio
Budista Zen Luz Serena
La
Rohatsu es un retiro intensivo de meditación, donde se conmemora el despertar
del Buda Sakyamuni. Con el inicio de la ceremonia de la Rohatsu, el silencio se
instala en el monasterio, donde los
periodos de zazen, la meditación sedente, son más largos y profundos que en
otros retiros. En mi caso como Tenzo (cocinero principal de un monasterio Zen) solo puedo asistir a los dos últimos periodos
de la noche, ya que la responsabilidad en la cocina me impide participar en los
demás periodos de meditación.
Poco
a poco nos vamos adentrando en ese silencio compartido, nos vamos convirtiendo
en recipientes vacíos de ruidos externos, de influencias ajenas a la
experiencia misma de vivir el momento. Y en medio de ese silencio, la voz del
Maestro Dokushô Villalba a través de sus enseñanzas, nos habla del yo narrador, de ese yo partidista con el que nos identificamos y nos crea confusión. De
cómo el narrador se va alimentando de experiencias externas y las va
incorporando y como poco a poco se va generando una grieta entre el yo narrador y el yo que experimenta. Nos habla de la importancia de reconocer los
tres niveles de kleshas (aflicciones) o errores cognitivos que nos generan
dolor y sufrimiento, nos habla de los cinco obstáculos como el deseo, la ira,
la indolencia, la avidez, la duda, y cómo reconocerlos en zazen (la meditación
sedente). Sus palabras son como destellos de luz que atraviesan mi mente y se
instalan en el cuerpo, más allá del intelecto.
Cada
mañana, mientras los participantes de la Sesshin meditan en el dojo, yo
permanezco en la cocina calentando la guen-mai para el desayuno, una sopa de arroz
integral con verduras, de cocción muy lenta. Es todo un proceso de meditación y
de atención plena a la acción misma de remover, con un cucharon, el contenido de la gran olla, en el sentido de
las agujas del reloj durante más de media hora. En ese corto espacio de tiempo
en el que caliento la guen-mai y los meditadores permanecen en el dojo algo
sucede, algo que transciende el nivel ordinario del mero hecho de remover una
sopa de arroz. Del mismo modo que el arroz, el agua y las verduras se van
fundiendo con el calor del fuego, siento cómo mi cuerpo se va derritiendo, se
va cociendo y licuando junto a los alimentos y el yo narrador del que hablaba el maestro, adherido desde siempre a mi
memoria, enmudece. Y es en ese momento cuando advierto que el silencio me
alcanza, el silencio me habla y se expresa a través del silencio. Mientras sigo
removiendo la sopa de arroz experimento que la ausencia del parloteo mental es
la vía de comunicación sin palabras. Que al igual que el agua limpia y purifica
nuestro cuerpo, el silencio limpia y purifica nuestra mente. Nos lleva a un
estado de vibración en el que poder hablarnos desde el corazón, desde la misma
presencia del Ser que nos unifica.
En
ese estado limpio de pensamientos, inicio el desayuno con los cuencos oryoki,
que significa “es bastante”, comer lo justo y necesario. El ritual de los
cuencos es una manera meditativa de alimentarnos, de prestar atención a cada
gesto, a cada movimiento. De experimentar con agradecimiento, los diferentes
colores, sabores, olores, texturas de los alimentos que nos nutren y nos dan la
vida.
Poco
a poco nos vamos adentrando en la experiencia de la Rohatsu, una práctica
continuada de atención plena a lo que se está realizando en cada momento, ya
sea durante el trabajo consciente, la meditación en el dojo, o en la comida con
los cuencos. La energía del grupo se va unificando, se va volviendo una sola
vibración, un solo cuerpo hasta llegar a la noche de Mara, en la que se celebra
la iluminación del Buda Sakyamuni.
A
lo largo de la noche de vigilia los periodos de zazen, la meditación sedente,
se van alternando de manera continuada con el kin-hin, la meditación caminando.
Mi cuerpo sentado sobre el cojín se mantiene erguido, la columna vertebral
estirada, atenta y vigilante a cualquier tipo de pensamiento emoción, o
sensación que pueda surgir en el universo mental. Es toda una experiencia
mantenerse expectante sin dejarse atrapar por el apego o el rechazo. A pesar
del cansancio físico, la energía del grupo me sostiene. El cuerpo del buda se
manifiesta a través de la energía que nos aúna. Al igual que el arroz se funde
con el agua y las verduras a través de la cocción, siento en el grupo un proceso
similar al de la fusión de los alimentos, aunque cada uno conservemos nuestras
propias particularidades, hay algo que nos entrelaza formando un solo tapiz,
una sola forma expandida de conciencia que nos une, mediante el silencio del zazen compartido.
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