lunes, 19 de diciembre de 2016

EL SILENCIO COMPARTIDO


                                                              
           
     Rohatsu Sesshin 2016, Monasterio Budista Zen Luz Serena

La Rohatsu es un retiro intensivo de meditación, donde se conmemora el despertar del Buda Sakyamuni. Con el inicio de la ceremonia de la Rohatsu, el silencio se instala en el monasterio,  donde los periodos de zazen, la meditación sedente, son más largos y profundos que en otros retiros. En mi caso como Tenzo (cocinero principal de un monasterio Zen)  solo puedo asistir a los dos últimos periodos de la noche, ya que la responsabilidad en la cocina me impide participar en los demás periodos de meditación.
Poco a poco nos vamos adentrando en ese silencio compartido, nos vamos convirtiendo en recipientes vacíos de ruidos externos, de influencias ajenas a la experiencia misma de vivir el momento. Y en medio de ese silencio, la voz del Maestro Dokushô Villalba a través de sus enseñanzas, nos habla del yo narrador, de ese yo partidista con el que nos identificamos y nos crea confusión. De cómo el narrador se va alimentando de experiencias externas y las va incorporando y como poco a poco se va generando una grieta entre el yo narrador y el yo que experimenta. Nos habla de la importancia de reconocer los tres niveles de kleshas (aflicciones) o errores cognitivos que nos generan dolor y sufrimiento, nos habla de los cinco obstáculos como el deseo, la ira, la indolencia, la avidez, la duda, y cómo reconocerlos en zazen (la meditación sedente). Sus palabras son como destellos de luz que atraviesan mi mente y se instalan en el cuerpo, más allá del intelecto.
Cada mañana, mientras los participantes de la Sesshin meditan en el dojo, yo permanezco en la cocina calentando la guen-mai para el desayuno, una sopa de arroz integral con verduras, de cocción muy lenta. Es todo un proceso de meditación y de atención plena a la acción misma de remover, con un cucharon,  el contenido de la gran olla, en el sentido de las agujas del reloj durante más de media hora. En ese corto espacio de tiempo en el que caliento la guen-mai y los meditadores permanecen en el dojo algo sucede, algo que transciende el nivel ordinario del mero hecho de remover una sopa de arroz. Del mismo modo que el arroz, el agua y las verduras se van fundiendo con el calor del fuego, siento cómo mi cuerpo se va derritiendo, se va cociendo y licuando junto a los alimentos y el yo narrador del que hablaba el maestro, adherido desde siempre a mi memoria, enmudece. Y es en ese momento cuando advierto que el silencio me alcanza, el silencio me habla y se expresa a través del silencio. Mientras sigo removiendo la sopa de arroz experimento que la ausencia del parloteo mental es la vía de comunicación sin palabras. Que al igual que el agua limpia y purifica nuestro cuerpo, el silencio limpia y purifica nuestra mente. Nos lleva a un estado de vibración en el que poder hablarnos desde el corazón, desde la misma presencia del Ser que nos unifica.
En ese estado limpio de pensamientos, inicio el desayuno con los cuencos oryoki, que significa “es bastante”, comer lo justo y necesario. El ritual de los cuencos es una manera meditativa de alimentarnos, de prestar atención a cada gesto, a cada movimiento. De experimentar con agradecimiento, los diferentes colores, sabores, olores, texturas de los alimentos que nos nutren y nos dan la vida.
Poco a poco nos vamos adentrando en la experiencia de la Rohatsu, una práctica continuada de atención plena a lo que se está realizando en cada momento, ya sea durante el trabajo consciente, la meditación en el dojo, o en la comida con los cuencos. La energía del grupo se va unificando, se va volviendo una sola vibración, un solo cuerpo hasta llegar a la noche de Mara, en la que se celebra la iluminación del Buda Sakyamuni.
A lo largo de la noche de vigilia los periodos de zazen, la meditación sedente, se van alternando de manera continuada con el kin-hin, la meditación caminando. Mi cuerpo sentado sobre el cojín se mantiene erguido, la columna vertebral estirada, atenta y vigilante a cualquier tipo de pensamiento emoción, o sensación que pueda surgir en el universo mental. Es toda una experiencia mantenerse expectante sin dejarse atrapar por el apego o el rechazo. A pesar del cansancio físico, la energía del grupo me sostiene. El cuerpo del buda se manifiesta a través de la energía que nos aúna. Al igual que el arroz se funde con el agua y las verduras a través de la cocción, siento en el grupo un proceso similar al de la fusión de los alimentos, aunque cada uno conservemos nuestras propias particularidades, hay algo que nos entrelaza formando un solo tapiz, una sola forma expandida de conciencia que nos une, mediante el silencio del zazen compartido.





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