lunes, 24 de octubre de 2016

HOMENAJE A LA VIDA

                                          


                                             

                                       

 “Cada instante de la vida es una elección” 

Mi cuerpo envejece por fuera, mientras la vida me recorre por dentro. Cuando dejo de buscar fuera lo que solo está vivo dentro, es cuando conecto con la inmensa generosidad con que se da la vida en cada momento. Cuando me abro a vivirla, a experimentarla, a sentirla con total intensidad, cuando atravieso los límites del yo egoico y me sumerjo en lo más profundo del instante, es cuando percibo que la alcanzo y me disuelvo en su origen, que nace en el mismo latido del corazón. 
Siento que la vida es para vivirla, para amarla desde adentro, desde lo más profundo, desde lo que verdaderamente importa, el amor. Es como deslizarse por un tobogán que te lleva hacia el centro neurálgico de la propia existencia, mientras atraviesas paisajes, diferentes niveles de conciencia que se despliegan en cada pensamiento, en cada sentimiento, en cada emoción provocada por el gozo o el dolor. 
 Miro hacia donde miro, la vida está siempre en su máximo apogeo si la observo desde dentro. Hasta en la misma compostera, del Monasterio Zen donde vivo, estalla la vida en continuo movimiento, en ese darse a sí misma, en esa transmutación alquímica que se produce cuando los restos de alimentos se pueblan de gusanos, moscas, cucarachas, tijeretas, escarabajos, cienpiés. Toda una fauna orgánica que luego abonará y enriquecerá con sus nutrientes la tierra, en la que crecerán las frutas y verduras que llevaremos a nuestra mesa y que a su vez nutrirán nuestro organismo de manera indispensable para mantenerlo vivo.
 Mi cuerpo envejece por fuera, mientras la vida me seduce por dentro. El crepitar de la lluvia fina que cae estos días en el Monasterio Luz Serena, alimentando el bosque de pinos verdes y plantas silvestres. El frescor en el aire, la humedad de la tierra, los aromas, los olores, el color de la vida desplegándose en la mañana. Todo se percibe con mayor intensidad y gratitud desde la mirada interna de las cosas. A mayor interiorización, mayor plenitud con el que se vive el momento. 
Sentir el silencio de la vida en la meditación (Zazen) de la mañana o de la tarde. Experimentar el gozo o la tristeza de estar viva y entregarse con el cuerpo, con el alma, al fluir de la existencia, al movimiento que emerge en cada situación en el día a día, en cada relación que nos devuelve como en un espejo nuestra propia realidad del presente.
 Amar la vida significa poner el corazón en cada acto, en cada tarea, en cada momento que se va dando desnudo de ego y de juicio hacia uno mismo y hacia los demás. Y es entonces cuando la vida se abre y me devuelve con creces todo su amor.

jueves, 20 de octubre de 2016

ORIGEN Y CAMBIO DE VIDA

Practicar zazen (meditación sedente) en la mañana, practicar zazen en la noche, practicar el trabajo consciente a lo largo del día, ya sea en cocina, limpieza o jardinería. Aprender a manejar las emociones, a saber gestionarlas viviendo en comunidad donde hay que ir afinando caracteres, costumbres, hábitos, maneras de ser, en un espacio pequeño, si lo comparamos con la ciudad. Vivir al detalle cada instante, tejer los segundos, los minutos, los días con la conciencia que supone el hecho de no poder escaparte de ti misma. Todo ello ayuda a conectar con esa energía sutil que llevamos dentro, que nace del silencio y nos alinea con lo que verdaderamente somos.
El germen de este cambio en mi vida tuvo lugar en un voluntariado al que había asistido unos años atrás, en el Monasterio budista Luz Serena de Requena. Aunque me había ordenado Bhodisattva1 en el año 1994, con el maestro Dokusho Villalba, llevaba muchos años sin asistir a ningún retiro de meditación.  Recuerdo que en dicho voluntariado se me asigno la tarea de limpiar a fondo la casa del maestro durante tres días. Tres días barriendo, fregando, limpiando cristales, algo parecido a la famosa escena de la película Karate Kid “Dar cera pulir cera” Tres días en los que penetré en un espacio de tiempo sin tiempo. Tres días en los que me sumergí en un estanque de felicidad. Tres días en los que tuve la certeza de que el mundo que latía en mi interior podía ser real, era real. Mientras limpiaba, barría y fregaba algo se estaba despertando dentro de mí, algo que me recordaba a una película que vi cuando tenía siete años y que nunca llegué a olvidar: “Horizontes perdidos”, dirigida por Frank Capra en el año 1937 e inspirada en la novela de James Hilton, que relata la llegada de unos extranjeros a un monasterio tibetano Sangri-La y que simboliza la  búsqueda de la felicidad en una sociedad pacífica y sabia en los montes Himalayas. Tres días en los que penetré en una especie de holograma, atravesé una puerta que me llevaba a una comprensión del mundo y de mi vida, jamás percibida hasta ese momento. Fue tal la lucidez experimentada, que cuando regresé a casa con mi familia sentí que nada tenía sentido. Que lo que había sido mi vida hasta entonces había llegado a su fin, el ciclo se cerraba en una especie de muerte y renacimiento.
Recuerdo que lo primero que experimenté fue un tremendo apagón, como si todas las luces que alumbraban el camino de lo que había sido mi vida hasta entonces se apagaran, y solo quedara encendida la luz que alumbraba el monasterio Luz Serena. Se apagó la luz que había iluminado durante catorce años la relación con mi marido, una excelente persona junto a la que siempre creí que envejecería, se apagó la luz de todos los proyectos que había iniciado en los últimos años. Toda mi vida se apagó en un solo  instante. No había elección posible, la vida me había dejado completamente a oscuras, me había despojado de todo lo que había sido hasta entonces, con el único horizonte abierto de Luz Serena. Lo sorprendente fue que a la vez me sentía inmensamente feliz. Los siguientes meses los viví en un estado de éxtasis como si mi cuerpo levitara y todo a mi alrededor se llenara de luz. Una luz que lo envolvía todo y a todos los que me rodeaban. Quizás por ello no hubo dudas y en cuanto pude me trasladé a vivir como residente en el Monasterio.

 1 (Bodhisattva es un término propio del budismo que alude a alguien embarcado en el camino del Buda de manera significativa. Es un término compuesto: bodhi ("supremo conocimiento", iluminación) y sattva (ser))

miércoles, 19 de octubre de 2016

VÍDEO DE LA ORDENACIÓN DE MONJA NOVICIA

LA RAZÓN DE ESTE BLOG

El veintiuno de agosto de este mismo año 2016, tras dos años como residente en el Monasterio Budista Luz Serena de Requena (Valencia- España), tomé los votos de monja novicia bajo la dirección del Abad y fundador del Monasterio Zen Dokushô Villalba, mi maestro y guía espiritual.
La finalidad de este blog es la de abrir una pequeña ventana al mundo, desde este bendito espacio que es el Monasterio Budista Zen Luz Serena. Permitir que la transformación interior que supone la toma de hábitos de una monja novicia, se difunda en tiempos tan convulsos. Compartir la experiencia alquímica que tiene lugar cuando se abandona la vida en una sociedad carente muchas veces de sentido. Transmitir la idea de que existen vías y caminos, como es la práctica de la Meditación Zen, que te llevan a llenar el vacío existencial en el que nos deja esta depredadora sociedad que hemos creado. Y sobre todo, la certeza de que se puede ser feliz aquí y ahora cuando se abandona el espejismo de todo aquello que es superfluo, inútil e insignificante, como la quimera de perseguir el sueño de una vida de confort y comodidades, cuando lo que verdaderamente importa es que somos la mayor manifestación de Amor del universo. Somos seres hechos por y para el amor. Esa es nuestra esencia, esa es la clave, el único camino para ser feliz. Para ello, tal y cómo enseñó el Buda Sakyamuni, es necesario liberarse de la dolencia que padecemos los seres humanos y que la tradición budista denomina los tres venenos: el odio, el apego y la ignorancia.
 Espero pues que, a través de este portal, pueda aportar una mirada amorosa nacida desde el silencio de la meditación, que ayude a sanar mis propias heridas y las de todos aquellos con los que tenga la fortuna de compartir esta extraordinaria experiencia que supone la vida consciente.

martes, 18 de octubre de 2016

El cuerpo: templo sagrado


Monja Novicia Zen de la Comunidad Budista Soto Zen Luz Serena

El cuerpo es el templo sagrado por el cual accedemos a la vida. Es el continente que contiene el contenido del universo del que todos formamos parte y en el que todos somos uno.

Sentir el cuerpo para experimentar la vida. Abrir la conciencia corporal al instante presente en el que todo ocurre, en el que todo se da y maravillarse de este regalo que es la vida consciente. No hay vuelta atrás cuando se experimenta, no hay camino de regreso a la inconsciencia cuando todo sucede, cuando todo es.

Sentir la hierba mullida bajo los pies descalzos, o la lluvia sobre la piel. Dejarse imbuir por el murmullo de la tierra, por el canto de los grillos  y las cigarras hasta reblandecer las células y ser uno con los sonidos, ser uno con la respiración, con la ausencia de un yo que limite la experiencia. Habitar la plena presencia del cuerpo y tomar conciencia de cómo las estructuras que lo conforman cambian a cada instante, cómo las células sanguíneas aparecen y desaparecen renovándose constantemente. Toda cambia, todo se transforma en un continuo flujo interdependiente de órganos y funciones, en una especie de homeostasis interactivo. A cada instante hay una activa renovación de células que nacen y mueren en cualquier organismo vivo. No hay nada en el cuerpo que sea fijo y permanente.

“El cuerpo es el templo sagrado por el cual accedemos a la vida”
Sentir la impermanencia del cuerpo arraigado a la tierra, el estallido de la luz recorriendo las venas, el fluir de la sangre como un torrente que se desliza al interior de la piel celebrando la vida, en cada movimiento, en cada pensamiento que surge de la ficticia realidad que nos rodea. Celebrar la vida desde la tristeza, desde la alegría del mismo instante en el que se es siendo, desde la inmediatez del alma que despierta del sueño ingrávido de la inconsciencia.

Enamorarse hasta dejarse caer en el pleno enamoramiento de la entrega, del abandono, de la disolución del yo, para ser solo un espacio abierto a la frondosidad del instante. Enamorarse de la belleza que envuelve cada rostro, cada mirada, de los matices que emergen en el sonido de cada voz, cada presencia con la que se comparte la experiencia del día a día. Enamorarse de la sobrecogedora belleza del bosque verde de los pinos, cuando las tonalidades de la luz cambian según el sol nace o se diluye en el horizonte. Escuchar el latido de la tierra bajo los pies desnudos y enraizarse en ella. Enamorarse con el cuerpo, con la sangre, con el alma de esta aventura que es sentirse viva, sentir la plena presencia del mundo y de las formas que lo componen. Percibir el destello de la luz en las entrañas penetrando los huesos, disolviendo las sombras y dar gracias a cada una de las células que componen la vida, dentro y fuera de este Templo Sagrado que es el cuerpo en el que transcurre la vida.