Practicar
zazen (meditación sedente) en la mañana, practicar zazen en la noche, practicar
el trabajo consciente a lo largo del día, ya sea en cocina, limpieza o
jardinería. Aprender a manejar las emociones, a saber gestionarlas viviendo en
comunidad donde hay que ir afinando caracteres, costumbres, hábitos, maneras de
ser, en un espacio pequeño, si lo comparamos con la ciudad. Vivir al detalle
cada instante, tejer los segundos, los minutos, los días con la conciencia que
supone el hecho de no poder escaparte de ti misma. Todo ello ayuda a conectar
con esa energía sutil que llevamos dentro, que nace del silencio y nos alinea
con lo que verdaderamente somos.
El
germen de este cambio en mi vida tuvo lugar en un voluntariado al que había asistido
unos años atrás, en el Monasterio budista Luz Serena de Requena. Aunque me
había ordenado Bhodisattva1 en el año 1994, con el maestro Dokusho
Villalba, llevaba muchos años sin asistir a ningún retiro de meditación. Recuerdo que en dicho voluntariado se me
asigno la tarea de limpiar a fondo la casa del maestro durante tres días. Tres
días barriendo, fregando, limpiando cristales, algo parecido a la famosa escena
de la película Karate Kid “Dar cera pulir cera” Tres días en los que penetré en
un espacio de tiempo sin tiempo. Tres días en los que me sumergí en un estanque
de felicidad. Tres días en los que tuve la certeza de que el mundo que latía en
mi interior podía ser real, era real. Mientras limpiaba, barría y fregaba algo
se estaba despertando dentro de mí, algo que me recordaba a una película que vi
cuando tenía siete años y que nunca llegué a olvidar: “Horizontes perdidos”,
dirigida por Frank Capra en el año 1937 e inspirada en la novela de James
Hilton, que relata la llegada de unos extranjeros a un monasterio tibetano
Sangri-La y que simboliza la búsqueda de
la felicidad en una sociedad pacífica y sabia en los montes Himalayas. Tres
días en los que penetré en una especie de holograma, atravesé una puerta que me
llevaba a una comprensión del mundo y de mi vida, jamás percibida hasta ese
momento. Fue tal la lucidez experimentada, que cuando regresé a casa con mi
familia sentí que nada tenía sentido. Que lo que había sido mi vida hasta
entonces había llegado a su fin, el ciclo se cerraba en una especie de muerte y
renacimiento.
Recuerdo
que lo primero que experimenté fue un tremendo apagón, como si todas las luces
que alumbraban el camino de lo que había sido mi vida hasta entonces se
apagaran, y solo quedara encendida la luz que alumbraba el monasterio Luz
Serena. Se apagó la luz que había iluminado durante catorce años la relación con
mi marido, una excelente persona junto a la que siempre creí que envejecería,
se apagó la luz de todos los proyectos que había iniciado en los últimos años.
Toda mi vida se apagó en un solo
instante. No había elección posible, la vida me había dejado completamente
a oscuras, me había despojado de todo lo que había sido hasta entonces, con el
único horizonte abierto de Luz Serena. Lo sorprendente fue que a la vez me
sentía inmensamente feliz. Los siguientes meses los viví en un estado de
éxtasis como si mi cuerpo levitara y todo a mi alrededor se llenara de luz. Una
luz que lo envolvía todo y a todos los que me rodeaban. Quizás por ello no hubo
dudas y en cuanto pude me trasladé a vivir como residente en el Monasterio.
1 (Bodhisattva es un término propio del budismo que alude a alguien
embarcado en el camino del Buda de manera significativa. Es un término
compuesto: bodhi ("supremo conocimiento", iluminación) y sattva (ser))
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