martes, 18 de octubre de 2016

El cuerpo: templo sagrado


Monja Novicia Zen de la Comunidad Budista Soto Zen Luz Serena

El cuerpo es el templo sagrado por el cual accedemos a la vida. Es el continente que contiene el contenido del universo del que todos formamos parte y en el que todos somos uno.

Sentir el cuerpo para experimentar la vida. Abrir la conciencia corporal al instante presente en el que todo ocurre, en el que todo se da y maravillarse de este regalo que es la vida consciente. No hay vuelta atrás cuando se experimenta, no hay camino de regreso a la inconsciencia cuando todo sucede, cuando todo es.

Sentir la hierba mullida bajo los pies descalzos, o la lluvia sobre la piel. Dejarse imbuir por el murmullo de la tierra, por el canto de los grillos  y las cigarras hasta reblandecer las células y ser uno con los sonidos, ser uno con la respiración, con la ausencia de un yo que limite la experiencia. Habitar la plena presencia del cuerpo y tomar conciencia de cómo las estructuras que lo conforman cambian a cada instante, cómo las células sanguíneas aparecen y desaparecen renovándose constantemente. Toda cambia, todo se transforma en un continuo flujo interdependiente de órganos y funciones, en una especie de homeostasis interactivo. A cada instante hay una activa renovación de células que nacen y mueren en cualquier organismo vivo. No hay nada en el cuerpo que sea fijo y permanente.

“El cuerpo es el templo sagrado por el cual accedemos a la vida”
Sentir la impermanencia del cuerpo arraigado a la tierra, el estallido de la luz recorriendo las venas, el fluir de la sangre como un torrente que se desliza al interior de la piel celebrando la vida, en cada movimiento, en cada pensamiento que surge de la ficticia realidad que nos rodea. Celebrar la vida desde la tristeza, desde la alegría del mismo instante en el que se es siendo, desde la inmediatez del alma que despierta del sueño ingrávido de la inconsciencia.

Enamorarse hasta dejarse caer en el pleno enamoramiento de la entrega, del abandono, de la disolución del yo, para ser solo un espacio abierto a la frondosidad del instante. Enamorarse de la belleza que envuelve cada rostro, cada mirada, de los matices que emergen en el sonido de cada voz, cada presencia con la que se comparte la experiencia del día a día. Enamorarse de la sobrecogedora belleza del bosque verde de los pinos, cuando las tonalidades de la luz cambian según el sol nace o se diluye en el horizonte. Escuchar el latido de la tierra bajo los pies desnudos y enraizarse en ella. Enamorarse con el cuerpo, con la sangre, con el alma de esta aventura que es sentirse viva, sentir la plena presencia del mundo y de las formas que lo componen. Percibir el destello de la luz en las entrañas penetrando los huesos, disolviendo las sombras y dar gracias a cada una de las células que componen la vida, dentro y fuera de este Templo Sagrado que es el cuerpo en el que transcurre la vida.

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