viernes, 30 de diciembre de 2016

Poema

Yo soy un árbol, una planta
una ladera que respira
un átomo en el aire.
Soy tan solo el instante,
el mismo instante que confluye
desprendido del tiempo y el espacio.


Tan solo Soy.  

lunes, 19 de diciembre de 2016

EL SILENCIO COMPARTIDO


                                                              
           
     Rohatsu Sesshin 2016, Monasterio Budista Zen Luz Serena

La Rohatsu es un retiro intensivo de meditación, donde se conmemora el despertar del Buda Sakyamuni. Con el inicio de la ceremonia de la Rohatsu, el silencio se instala en el monasterio,  donde los periodos de zazen, la meditación sedente, son más largos y profundos que en otros retiros. En mi caso como Tenzo (cocinero principal de un monasterio Zen)  solo puedo asistir a los dos últimos periodos de la noche, ya que la responsabilidad en la cocina me impide participar en los demás periodos de meditación.
Poco a poco nos vamos adentrando en ese silencio compartido, nos vamos convirtiendo en recipientes vacíos de ruidos externos, de influencias ajenas a la experiencia misma de vivir el momento. Y en medio de ese silencio, la voz del Maestro Dokushô Villalba a través de sus enseñanzas, nos habla del yo narrador, de ese yo partidista con el que nos identificamos y nos crea confusión. De cómo el narrador se va alimentando de experiencias externas y las va incorporando y como poco a poco se va generando una grieta entre el yo narrador y el yo que experimenta. Nos habla de la importancia de reconocer los tres niveles de kleshas (aflicciones) o errores cognitivos que nos generan dolor y sufrimiento, nos habla de los cinco obstáculos como el deseo, la ira, la indolencia, la avidez, la duda, y cómo reconocerlos en zazen (la meditación sedente). Sus palabras son como destellos de luz que atraviesan mi mente y se instalan en el cuerpo, más allá del intelecto.
Cada mañana, mientras los participantes de la Sesshin meditan en el dojo, yo permanezco en la cocina calentando la guen-mai para el desayuno, una sopa de arroz integral con verduras, de cocción muy lenta. Es todo un proceso de meditación y de atención plena a la acción misma de remover, con un cucharon,  el contenido de la gran olla, en el sentido de las agujas del reloj durante más de media hora. En ese corto espacio de tiempo en el que caliento la guen-mai y los meditadores permanecen en el dojo algo sucede, algo que transciende el nivel ordinario del mero hecho de remover una sopa de arroz. Del mismo modo que el arroz, el agua y las verduras se van fundiendo con el calor del fuego, siento cómo mi cuerpo se va derritiendo, se va cociendo y licuando junto a los alimentos y el yo narrador del que hablaba el maestro, adherido desde siempre a mi memoria, enmudece. Y es en ese momento cuando advierto que el silencio me alcanza, el silencio me habla y se expresa a través del silencio. Mientras sigo removiendo la sopa de arroz experimento que la ausencia del parloteo mental es la vía de comunicación sin palabras. Que al igual que el agua limpia y purifica nuestro cuerpo, el silencio limpia y purifica nuestra mente. Nos lleva a un estado de vibración en el que poder hablarnos desde el corazón, desde la misma presencia del Ser que nos unifica.
En ese estado limpio de pensamientos, inicio el desayuno con los cuencos oryoki, que significa “es bastante”, comer lo justo y necesario. El ritual de los cuencos es una manera meditativa de alimentarnos, de prestar atención a cada gesto, a cada movimiento. De experimentar con agradecimiento, los diferentes colores, sabores, olores, texturas de los alimentos que nos nutren y nos dan la vida.
Poco a poco nos vamos adentrando en la experiencia de la Rohatsu, una práctica continuada de atención plena a lo que se está realizando en cada momento, ya sea durante el trabajo consciente, la meditación en el dojo, o en la comida con los cuencos. La energía del grupo se va unificando, se va volviendo una sola vibración, un solo cuerpo hasta llegar a la noche de Mara, en la que se celebra la iluminación del Buda Sakyamuni.
A lo largo de la noche de vigilia los periodos de zazen, la meditación sedente, se van alternando de manera continuada con el kin-hin, la meditación caminando. Mi cuerpo sentado sobre el cojín se mantiene erguido, la columna vertebral estirada, atenta y vigilante a cualquier tipo de pensamiento emoción, o sensación que pueda surgir en el universo mental. Es toda una experiencia mantenerse expectante sin dejarse atrapar por el apego o el rechazo. A pesar del cansancio físico, la energía del grupo me sostiene. El cuerpo del buda se manifiesta a través de la energía que nos aúna. Al igual que el arroz se funde con el agua y las verduras a través de la cocción, siento en el grupo un proceso similar al de la fusión de los alimentos, aunque cada uno conservemos nuestras propias particularidades, hay algo que nos entrelaza formando un solo tapiz, una sola forma expandida de conciencia que nos une, mediante el silencio del zazen compartido.





viernes, 16 de diciembre de 2016

domingo, 27 de noviembre de 2016

TIERRA HIPOTECADA



Este poema ganador del premio Teodoro Llorente de la Pobla de Vallbona, lo escribí hace una década, cuando se encontraba en auge la fiebre del ladrillo. Hoy lo comparto porque siento que todavía sigue vigente.          


I


Sangra la tierra bajo el corazón
del asfalto que la cubre.
Encantadores de serpientes
amanecen con sus mágicas varitas
sobre un país de hojalata adormecido.
Con dientes de alquitrán
devoran la escarcha
de ladrillo y cemento.
Miles de mariposas negras
muerden día a día las montañas
engullen olivos y naranjos, encinas y pinos.
Sobre un presente de asfalto
crecen las torres.
Tejas de luna gris
nublan la conciencia y la anestesian.
Llora la tierra en su vientre desnudo
Sus nobles pechos roídos, desecados
por la ciega locura que envenena
la sangre y sus arroyos.
Llora la voz en sus entrañas
al contemplar su herencia convertida
en cemento y ladrillo.
  

               II

 Afligidos los ojos contemplan
el dolor de la tierra hecha pedazos
Tristeza sin límites, sin ventanas.
La noche poblada de suspiros
grita a voces su miseria.
Es la tierra que desangra
es mi cuerpo al que asesinan
en el vientre de esta madre
que callada me nutre y alimenta.
Frondosas espesuras de verde azucarado
desaparecen con la  amarga fiebre del 
progreso.
La luz que teje y desteje el universo
se despliega, sobre un mar de arena blanca
mientras los pétalos de hormigón
hacen camino, avanzan sin tregua
por la costa, por el llano, por el cerro
arrasando un país hechizado de adelfas
que perdió el resplandor de los sentidos.


  
                   III
  
 Muere la noche con la desnudez
de la mañana.
Sobre el silencio
titánicas libélulas de metal
rasgan la piel de una ciudad
entumecida.
Como afilados cuchillos
se levantan hacia el cielo
angostas y fraccionadas torres.  
Bajo ellas árboles y raíces
mueren asfixiadas.
Palmo a palmo, diente a diente
el asfalto gana extensión
a los trigales, a los ríos y arroyos,
al oxígeno, a la vida.
El equilibrio se rompe con el fino
alambre que divide lucidez y locura.

  

IV
  
El pulmón de la tierra sucumbe.
Sucumbe la hierba, bajo el tórrido sol
de la tarde.
Sucumben las aves sobre el tronco
donde construyen su nido.
Sucumbe el mar y sus costas devoradas
por la fría mano de adobe y arcilla.
Sucumbe el espectro de un reino
en penumbra.
Donde antes brotaban olivos y veredas
hoy se alzan inmensos rascacielos
de musgo, polvo y tristeza.
Bosques y montes languidecen,
bajo la fría mirada del metal
que llena nuestras vidas hipotecadas
de cemento, asfalto y ladrillo.
Hipotecados los sueños
Hipotecada la tierra
Hipotecada la vida.


sábado, 19 de noviembre de 2016

Danzo
sobre el amanecer
de un nuevo instante
sobre la cúpula alada del viento
sobre la quietud de los pinos

Danzo         

lunes, 14 de noviembre de 2016

LIBERACIÓN DEL EGO - TRANSFORMACIÓN INTERIOR

“La Vía está justo bajo tus pies” nos dice Eihei Dôgen, maestro budista japonés fundador de la escuela Soto Zen japonesa. Y es cierto La Vía está justo bajo mis pies, esté donde esté, vaya donde vaya. Incluso en la misma ciudad, en el mismo supermercado en el que compro cada semana para el Monasterio Zen, se halla la Vía. 
 Cuando tomé la decisión de quedarme a vivir en el templo, no llevaba implícita la idea de hacerme monja budista. Sucedió una mañana, exactamente, el seis de agosto del 2015, a las 13:30, mientras realizaba las compras en el supermercado para el retiro del Ango de verano, cuando todo se dio. Fue solo un instante liberado del tiempo y de la forma, un instante el que cambió mi vida de manera definitiva e irreversible, un instante del que ya no ha habido vuelta atrás. Algo se desquebrajó dentro de mí, algo hizo que mis entrañas ardieran y saltaran por los aires. Fue como una explosión a nivel energético. El detonante, un simple enfado, un insignificante enojo el que llevo a mi Ego a abandonarme, a dejarme sola en medio del supermercado, junto al carrito de la compra, en el pasillo de los frutos secos y los botes de conservas. Me quede vacía, deshabitada de los múltiples personajes que pueblan mi mente y condicionan mi vida en el día a día. Fue como una liberación, como abrir las puertas de una prisión interna para dejar paso a la luz del sol, como penetrar en el sagrado espacio del silencio, en medio del bullicio externo. Mis habitantes adheridos a la piel y a la memoria desde siempre, se diluyeron en la nada. La fábrica de pensamientos, acostumbrada a emitir como una antena parabólica cualquier tipo de ideas, sentimientos, juicios, especulaciones, se vació de miedos en medio del barullo y el rumor del gentío. Mi cuerpo era el mismo, la gente a mi alrededor era la misma, el lugar era el mismo. Todo aparentemente era lo mismo, pero nada era lo mismo.
 Todavía hoy no sé exactamente lo que ocurrió, pero lo que sí sé es que algo se sanó dentro de mí. Algo hizo que mi conciencia se abriera a vivir el instante con una capacidad de percepción fuera de los límites de la mente estructurada y pensante. En esta ocasión, fue un cambio definitivo a nivel interno. Ni siquiera tuve que tomar la decisión de hacerme monja budista, sino que se dio de un modo natural después de la experiencia vivida.
 Despertar a la vida para descubrirla entera y sin limitaciones, abrir los ojos y reconocerme en ella desde la mirada inocente del amor. Amar el silencio, los espacios desnudos de pensamientos, emociones cambiantes y apegos. Vivir el amor hacia todo y hacia todos como un aprendizaje, como principio y fin de cada día. Esta transformación interior me ha llevado a no esperar nada de la vida, sino más bien a cuestionarme qué es lo que la vida espera de mí. Y sobre todo a fluir en comunión con ella, formando parte de ella, desde un nivel de vibración, en el que los pensamientos ya no se encuentran al servicio del ego, sino más bien al servicio de un orden superior de conciencia que va más allá de la individualidad de uno mismo.
 Buda nos enseñó el camino, abrió una senda por la que atravesar todo el ruido interno y llegar hasta nuestro verdadero Ser liberado de cualquier sufrimiento. Pero para llegar a nuestro verdadero Ser, primero hay que franquear el oscuro túnel en el que nos hemos perdido, el Ego.

martes, 8 de noviembre de 2016

La piel en la memoria



Esta es mi piel a la intemperie
un paisaje abrupto de pinos y cenizas
un latido inmenso que fluye
en la memoria, en la suma
de todos los segundos.
Esa es la gran desconocida
que habita en conexión
con todas mis herencias.

sábado, 5 de noviembre de 2016

Entrada al Monasterio Luz Serena

                                                                                                   

lunes, 24 de octubre de 2016

HOMENAJE A LA VIDA

                                          


                                             

                                       

 “Cada instante de la vida es una elección” 

Mi cuerpo envejece por fuera, mientras la vida me recorre por dentro. Cuando dejo de buscar fuera lo que solo está vivo dentro, es cuando conecto con la inmensa generosidad con que se da la vida en cada momento. Cuando me abro a vivirla, a experimentarla, a sentirla con total intensidad, cuando atravieso los límites del yo egoico y me sumerjo en lo más profundo del instante, es cuando percibo que la alcanzo y me disuelvo en su origen, que nace en el mismo latido del corazón. 
Siento que la vida es para vivirla, para amarla desde adentro, desde lo más profundo, desde lo que verdaderamente importa, el amor. Es como deslizarse por un tobogán que te lleva hacia el centro neurálgico de la propia existencia, mientras atraviesas paisajes, diferentes niveles de conciencia que se despliegan en cada pensamiento, en cada sentimiento, en cada emoción provocada por el gozo o el dolor. 
 Miro hacia donde miro, la vida está siempre en su máximo apogeo si la observo desde dentro. Hasta en la misma compostera, del Monasterio Zen donde vivo, estalla la vida en continuo movimiento, en ese darse a sí misma, en esa transmutación alquímica que se produce cuando los restos de alimentos se pueblan de gusanos, moscas, cucarachas, tijeretas, escarabajos, cienpiés. Toda una fauna orgánica que luego abonará y enriquecerá con sus nutrientes la tierra, en la que crecerán las frutas y verduras que llevaremos a nuestra mesa y que a su vez nutrirán nuestro organismo de manera indispensable para mantenerlo vivo.
 Mi cuerpo envejece por fuera, mientras la vida me seduce por dentro. El crepitar de la lluvia fina que cae estos días en el Monasterio Luz Serena, alimentando el bosque de pinos verdes y plantas silvestres. El frescor en el aire, la humedad de la tierra, los aromas, los olores, el color de la vida desplegándose en la mañana. Todo se percibe con mayor intensidad y gratitud desde la mirada interna de las cosas. A mayor interiorización, mayor plenitud con el que se vive el momento. 
Sentir el silencio de la vida en la meditación (Zazen) de la mañana o de la tarde. Experimentar el gozo o la tristeza de estar viva y entregarse con el cuerpo, con el alma, al fluir de la existencia, al movimiento que emerge en cada situación en el día a día, en cada relación que nos devuelve como en un espejo nuestra propia realidad del presente.
 Amar la vida significa poner el corazón en cada acto, en cada tarea, en cada momento que se va dando desnudo de ego y de juicio hacia uno mismo y hacia los demás. Y es entonces cuando la vida se abre y me devuelve con creces todo su amor.

jueves, 20 de octubre de 2016

ORIGEN Y CAMBIO DE VIDA

Practicar zazen (meditación sedente) en la mañana, practicar zazen en la noche, practicar el trabajo consciente a lo largo del día, ya sea en cocina, limpieza o jardinería. Aprender a manejar las emociones, a saber gestionarlas viviendo en comunidad donde hay que ir afinando caracteres, costumbres, hábitos, maneras de ser, en un espacio pequeño, si lo comparamos con la ciudad. Vivir al detalle cada instante, tejer los segundos, los minutos, los días con la conciencia que supone el hecho de no poder escaparte de ti misma. Todo ello ayuda a conectar con esa energía sutil que llevamos dentro, que nace del silencio y nos alinea con lo que verdaderamente somos.
El germen de este cambio en mi vida tuvo lugar en un voluntariado al que había asistido unos años atrás, en el Monasterio budista Luz Serena de Requena. Aunque me había ordenado Bhodisattva1 en el año 1994, con el maestro Dokusho Villalba, llevaba muchos años sin asistir a ningún retiro de meditación.  Recuerdo que en dicho voluntariado se me asigno la tarea de limpiar a fondo la casa del maestro durante tres días. Tres días barriendo, fregando, limpiando cristales, algo parecido a la famosa escena de la película Karate Kid “Dar cera pulir cera” Tres días en los que penetré en un espacio de tiempo sin tiempo. Tres días en los que me sumergí en un estanque de felicidad. Tres días en los que tuve la certeza de que el mundo que latía en mi interior podía ser real, era real. Mientras limpiaba, barría y fregaba algo se estaba despertando dentro de mí, algo que me recordaba a una película que vi cuando tenía siete años y que nunca llegué a olvidar: “Horizontes perdidos”, dirigida por Frank Capra en el año 1937 e inspirada en la novela de James Hilton, que relata la llegada de unos extranjeros a un monasterio tibetano Sangri-La y que simboliza la  búsqueda de la felicidad en una sociedad pacífica y sabia en los montes Himalayas. Tres días en los que penetré en una especie de holograma, atravesé una puerta que me llevaba a una comprensión del mundo y de mi vida, jamás percibida hasta ese momento. Fue tal la lucidez experimentada, que cuando regresé a casa con mi familia sentí que nada tenía sentido. Que lo que había sido mi vida hasta entonces había llegado a su fin, el ciclo se cerraba en una especie de muerte y renacimiento.
Recuerdo que lo primero que experimenté fue un tremendo apagón, como si todas las luces que alumbraban el camino de lo que había sido mi vida hasta entonces se apagaran, y solo quedara encendida la luz que alumbraba el monasterio Luz Serena. Se apagó la luz que había iluminado durante catorce años la relación con mi marido, una excelente persona junto a la que siempre creí que envejecería, se apagó la luz de todos los proyectos que había iniciado en los últimos años. Toda mi vida se apagó en un solo  instante. No había elección posible, la vida me había dejado completamente a oscuras, me había despojado de todo lo que había sido hasta entonces, con el único horizonte abierto de Luz Serena. Lo sorprendente fue que a la vez me sentía inmensamente feliz. Los siguientes meses los viví en un estado de éxtasis como si mi cuerpo levitara y todo a mi alrededor se llenara de luz. Una luz que lo envolvía todo y a todos los que me rodeaban. Quizás por ello no hubo dudas y en cuanto pude me trasladé a vivir como residente en el Monasterio.

 1 (Bodhisattva es un término propio del budismo que alude a alguien embarcado en el camino del Buda de manera significativa. Es un término compuesto: bodhi ("supremo conocimiento", iluminación) y sattva (ser))

miércoles, 19 de octubre de 2016

VÍDEO DE LA ORDENACIÓN DE MONJA NOVICIA

LA RAZÓN DE ESTE BLOG

El veintiuno de agosto de este mismo año 2016, tras dos años como residente en el Monasterio Budista Luz Serena de Requena (Valencia- España), tomé los votos de monja novicia bajo la dirección del Abad y fundador del Monasterio Zen Dokushô Villalba, mi maestro y guía espiritual.
La finalidad de este blog es la de abrir una pequeña ventana al mundo, desde este bendito espacio que es el Monasterio Budista Zen Luz Serena. Permitir que la transformación interior que supone la toma de hábitos de una monja novicia, se difunda en tiempos tan convulsos. Compartir la experiencia alquímica que tiene lugar cuando se abandona la vida en una sociedad carente muchas veces de sentido. Transmitir la idea de que existen vías y caminos, como es la práctica de la Meditación Zen, que te llevan a llenar el vacío existencial en el que nos deja esta depredadora sociedad que hemos creado. Y sobre todo, la certeza de que se puede ser feliz aquí y ahora cuando se abandona el espejismo de todo aquello que es superfluo, inútil e insignificante, como la quimera de perseguir el sueño de una vida de confort y comodidades, cuando lo que verdaderamente importa es que somos la mayor manifestación de Amor del universo. Somos seres hechos por y para el amor. Esa es nuestra esencia, esa es la clave, el único camino para ser feliz. Para ello, tal y cómo enseñó el Buda Sakyamuni, es necesario liberarse de la dolencia que padecemos los seres humanos y que la tradición budista denomina los tres venenos: el odio, el apego y la ignorancia.
 Espero pues que, a través de este portal, pueda aportar una mirada amorosa nacida desde el silencio de la meditación, que ayude a sanar mis propias heridas y las de todos aquellos con los que tenga la fortuna de compartir esta extraordinaria experiencia que supone la vida consciente.

martes, 18 de octubre de 2016

El cuerpo: templo sagrado


Monja Novicia Zen de la Comunidad Budista Soto Zen Luz Serena

El cuerpo es el templo sagrado por el cual accedemos a la vida. Es el continente que contiene el contenido del universo del que todos formamos parte y en el que todos somos uno.

Sentir el cuerpo para experimentar la vida. Abrir la conciencia corporal al instante presente en el que todo ocurre, en el que todo se da y maravillarse de este regalo que es la vida consciente. No hay vuelta atrás cuando se experimenta, no hay camino de regreso a la inconsciencia cuando todo sucede, cuando todo es.

Sentir la hierba mullida bajo los pies descalzos, o la lluvia sobre la piel. Dejarse imbuir por el murmullo de la tierra, por el canto de los grillos  y las cigarras hasta reblandecer las células y ser uno con los sonidos, ser uno con la respiración, con la ausencia de un yo que limite la experiencia. Habitar la plena presencia del cuerpo y tomar conciencia de cómo las estructuras que lo conforman cambian a cada instante, cómo las células sanguíneas aparecen y desaparecen renovándose constantemente. Toda cambia, todo se transforma en un continuo flujo interdependiente de órganos y funciones, en una especie de homeostasis interactivo. A cada instante hay una activa renovación de células que nacen y mueren en cualquier organismo vivo. No hay nada en el cuerpo que sea fijo y permanente.

“El cuerpo es el templo sagrado por el cual accedemos a la vida”
Sentir la impermanencia del cuerpo arraigado a la tierra, el estallido de la luz recorriendo las venas, el fluir de la sangre como un torrente que se desliza al interior de la piel celebrando la vida, en cada movimiento, en cada pensamiento que surge de la ficticia realidad que nos rodea. Celebrar la vida desde la tristeza, desde la alegría del mismo instante en el que se es siendo, desde la inmediatez del alma que despierta del sueño ingrávido de la inconsciencia.

Enamorarse hasta dejarse caer en el pleno enamoramiento de la entrega, del abandono, de la disolución del yo, para ser solo un espacio abierto a la frondosidad del instante. Enamorarse de la belleza que envuelve cada rostro, cada mirada, de los matices que emergen en el sonido de cada voz, cada presencia con la que se comparte la experiencia del día a día. Enamorarse de la sobrecogedora belleza del bosque verde de los pinos, cuando las tonalidades de la luz cambian según el sol nace o se diluye en el horizonte. Escuchar el latido de la tierra bajo los pies desnudos y enraizarse en ella. Enamorarse con el cuerpo, con la sangre, con el alma de esta aventura que es sentirse viva, sentir la plena presencia del mundo y de las formas que lo componen. Percibir el destello de la luz en las entrañas penetrando los huesos, disolviendo las sombras y dar gracias a cada una de las células que componen la vida, dentro y fuera de este Templo Sagrado que es el cuerpo en el que transcurre la vida.