domingo, 27 de noviembre de 2016

TIERRA HIPOTECADA



Este poema ganador del premio Teodoro Llorente de la Pobla de Vallbona, lo escribí hace una década, cuando se encontraba en auge la fiebre del ladrillo. Hoy lo comparto porque siento que todavía sigue vigente.          


I


Sangra la tierra bajo el corazón
del asfalto que la cubre.
Encantadores de serpientes
amanecen con sus mágicas varitas
sobre un país de hojalata adormecido.
Con dientes de alquitrán
devoran la escarcha
de ladrillo y cemento.
Miles de mariposas negras
muerden día a día las montañas
engullen olivos y naranjos, encinas y pinos.
Sobre un presente de asfalto
crecen las torres.
Tejas de luna gris
nublan la conciencia y la anestesian.
Llora la tierra en su vientre desnudo
Sus nobles pechos roídos, desecados
por la ciega locura que envenena
la sangre y sus arroyos.
Llora la voz en sus entrañas
al contemplar su herencia convertida
en cemento y ladrillo.
  

               II

 Afligidos los ojos contemplan
el dolor de la tierra hecha pedazos
Tristeza sin límites, sin ventanas.
La noche poblada de suspiros
grita a voces su miseria.
Es la tierra que desangra
es mi cuerpo al que asesinan
en el vientre de esta madre
que callada me nutre y alimenta.
Frondosas espesuras de verde azucarado
desaparecen con la  amarga fiebre del 
progreso.
La luz que teje y desteje el universo
se despliega, sobre un mar de arena blanca
mientras los pétalos de hormigón
hacen camino, avanzan sin tregua
por la costa, por el llano, por el cerro
arrasando un país hechizado de adelfas
que perdió el resplandor de los sentidos.


  
                   III
  
 Muere la noche con la desnudez
de la mañana.
Sobre el silencio
titánicas libélulas de metal
rasgan la piel de una ciudad
entumecida.
Como afilados cuchillos
se levantan hacia el cielo
angostas y fraccionadas torres.  
Bajo ellas árboles y raíces
mueren asfixiadas.
Palmo a palmo, diente a diente
el asfalto gana extensión
a los trigales, a los ríos y arroyos,
al oxígeno, a la vida.
El equilibrio se rompe con el fino
alambre que divide lucidez y locura.

  

IV
  
El pulmón de la tierra sucumbe.
Sucumbe la hierba, bajo el tórrido sol
de la tarde.
Sucumben las aves sobre el tronco
donde construyen su nido.
Sucumbe el mar y sus costas devoradas
por la fría mano de adobe y arcilla.
Sucumbe el espectro de un reino
en penumbra.
Donde antes brotaban olivos y veredas
hoy se alzan inmensos rascacielos
de musgo, polvo y tristeza.
Bosques y montes languidecen,
bajo la fría mirada del metal
que llena nuestras vidas hipotecadas
de cemento, asfalto y ladrillo.
Hipotecados los sueños
Hipotecada la tierra
Hipotecada la vida.


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