Después de vivir durante tres años y
medio en el Monasterio Budista Zen Luz Serena, primero como residente y después
como monja novicia, llegó el día de la Ceremonia de Ordenación de monja Nyudô,
que significa, sacerdotisa laica. El 31 de Diciembre del 2017, el último día
del año, recibí la ordenación en una solemne ceremonia oficiada por el Maestro
Dokushô Villaba, en presencia de la Sangha y de gran parte de mi familia
biológica, recibiendo el nombre de Myôkô, que significa Luz Clara. Así cómo mi
hermana en el Dharma Marie José F. recibió la ordenación de monja novicia, con
el nombre Myôshin, Corazón Maravilloso.
Desde aquí quiero hacer público el
eterno agradecimiento que siento hacía mi maestro Dokushô Villalba, por su
inquebrantable entrega y dedicación a los tres tesoros: el Buda, el Dharma y la
Sangha durante toda su vida. Así como hacia todos los herman@s en la Vía que han hecho posible que este
milagro suceda.
Ser monja Zen, no es ningún título.
Los títulos están vacios en su esencia. Ser monja Zen, significa sencillamente,
para mí, haber emprendido el viaje de regreso a casa, a través del silencio y
de la meditación Zen. En palabras del maestro Dokushô:
“ La práctica de
zazen, la meditación zen, es una alta tecnología de conocimiento. Es la
aplicación práctica y concreta del ‘conócete a ti mismo’ de Sócrates. Esto
requiere dedicación continuada durante años, durante toda la vida, y un maestro
de meditación que te ayude a situarte en el laberinto de espejos que es la
mente. Aunque aparentemente simple – de hecho, consiste en sentarse y sentirse,
la meditación zen encierra una gran complejidad, y solo a través de la práctica
continuada podemos iluminar las sombras de nuestra caverna interior.”
Y es iluminando dichas sombras,
cuando la Luz de la compresión aparece. Cuando el significado de la vida brota
desde las profundidades del Ser que
somos. La práctica diaria de la meditación zen me lleva a que esté donde esté,
ocurra lo que ocurra, tanto dentro como fuera de mí ser y de mi cuerpo, esté
siempre en casa. Llega un momento en que es tan evidente, tan clara la no
separación, la no dualidad entre lo que pienso y lo que hago, entre lo que está
dentro y lo que está fuera, que a veces me resulta irreal la ceguera en la que nos
vivimos inmersos cada día.
El mayor enemigo está en la mente. Es
la ignorancia de ignorar quienes somos en cada momento, lo que nos lleva a
rumiar nuestro propio sufrimiento interno y a perdernos en él. Lo que nos lleva
a generar guerras y conflictos entre países y entre nosotros mismos. Cada vez
que desconecto de la fuente me convierto en mi propia prisionera, en mi propio
verdugo. Cada vez que me evado, que huyo de mí misma, todo se empobrece y se
vuelve pequeño y mísero. Por el contrario, cuando me entrego a vivir el
presente, cuando me siento en zazen día tras día, sin nada más que la ecuánime
observación de la mente y de las emociones, me libero de la presión que ejercen
sobre mí los pensamientos y la vida se vuelve infinita y plena.
Tomar conciencia de la propia
fragilidad, de la precariedad de la existencia y vivir en medio de la
vulnerabilidad de saberse frágil, infinitamente frágil y vulnerable, te lleva a
no tener nada que demostrar, nada por lo que aferrarse. Y es desde ahí, desde
ese punto de desnudez, desde donde surge la fuerza y el poder de abrir los ojos
a la vida, para sentir y experimentar la inmensa gratitud y libertad que conlleva
crear el hábito de vivir día a día, instante tras instante, en la misma
mismidad de un único instante. El
instante en el que todo confluye, en el que todo es, pues es ahí donde ocurre
el milagro, donde las cosas se dan sin ningún esfuerzo y sólo queda vivirlas
desde el corazón, desde el gran Ser que todos somos.
“Todo está ya en ti. No busques más
No vayas a
buscar en la jungla inextricable
Al elefante
que está tranquilamente en casa.
Nada que
hacer…. Nada que forzar…. Nada que querer….
Y todo se
hace completamente solo.”
Este poema del Lama Guendum Rimpoché ha permanecido
en la cabecera de mi cama durante tres años, hoy lo he sustituido por el koan
que me entregó mi maestro el día de la ordenación y que me acompañará el resto
de mi vida.
"Qué así sea para el bien de todos los seres"
.
Myôkô Roch
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