Respirar la vida, inhalar y exhalar
la luz del universo en cada movimiento en el que el cuerpo danza sobre el vacío
del aire, sobre las emociones que fluctúan en cada instante, en cada roce, o
interpretación del ego y de la mente. Respirar entre la luz y la sombra lo que
va aconteciendo, explorar entre las diferentes vertientes que nacen de la
aflicción y la alegría. Respirar el milagro de la vida que se despliega por
dentro.
La respiración es el vehículo en el
que navego hacia el momento presente. Todo lo que tengo, todo lo que es, es
esto que está ocurriendo mientras respiro. Aunque visite el pasado, aunque me
proyecte hacia el futuro, vivo aquí y ahora. Aceptar lo que se va dando en el
presente eterno del ahora. Abrir los ojos a la vida, cuando la vida te vive por
dentro y se deja ser. Sentir el recorrido del aire oxigenado por las venas y
arterias, estimulando el proceso eléctrico de cada una de las células que
componen el cuerpo y que nos permiten acceder al movimiento consciente del propio ser. Este es el verdadero regalo de la
vida, vivida desde la conciencia plena de lo cotidiano.
Despertar por la mañana, abrir los
ojos y experimentar la vida desde la forma, desde la sustancia vacua de los
objetos, cuando soy el ser que ilumina con la mirada interna el mundo que nos rodea.
La imagen de una anodina hoja caída en el suelo, o una simple nota de música
atravesando el alma, es suficiente para conectar con la belleza, con la magia
de la luz que ilumina por dentro el universo que nos envuelve, cuando te abres
a vivir y a respirar la vida asumiéndola desde el mismo fluir de la existencia.
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