Hoy doy la bienvenida a un
nuevo día que comienza, una nueva etapa, en un nuevo lugar: Miraflores de la
Sierra, Madrid. Este será mi hogar durante los próximos meses.
No hay mayor riqueza que
disponer de todo el tiempo que la vida te ofrece y vivirlo con intensidad. No
hay mayor regalo que asumir la responsabilidad de cada instante en el que
respiras, piensas y observas. Observar el constante devaneo de la mente, esa
voz interna que habla y habla sin cesar. Esa voz que nos narra el mundo en vez
de experimentarlo. Que lo interpreta a su manera y nos hace perder el mágico instante
que supone estar viva y que se nos escapa entre las absurdas quimeras del
pensamiento.
La vida es una suma de
instantes, un encadenamiento de momentos y en cada uno de ellos tenemos la
libertad de elegir como vivirlo. Podemos perdernos entre los múltiples
problemas del vivir cotidiano, o podemos convertirnos en el testigo ecuánime
que observa, sin dejarse arrastrar por lo que sucede afuera, siendo conscientes
de que la solución solo la podemos encontrar dentro.
Esta mañana me he despertado con
el siguiente interrogante: ¿Desde dónde voy a vivir este maravilloso día de
esta nueva etapa que comienza hoy, ahora mismo mientras me desperezo, mientras
abro los ojos y tomo conciencia de que estoy viva? ¿Desde dónde quiero percibir
y experimentar la suma de estos instantes que me han sido dados como un
verdadero regalo?
Me siento frente al ordenador con
la intención de comenzar el proyecto de un futuro libro y no sucede nada.
Demasiado tiempo sin planificar un trabajo a largo plazo. ¡Y cómo no! ahí está
la mente aprovechando la ocasión, susurrando al oído: “Estas oxidada, te falta
práctica, careces de disciplina a la hora de escribir” Apago el ordenador,
apago la mente. No quiero escuchar esa voz que me habla desde los más oscuros
recovecos de mi propia inconsciencia y me dispongo a disfrutar de un largo
paseo hasta el supermercado del pueblo de Miraflores.
A pesar del frío invierno el
día amaneció soleado. Hay una luminosidad en el ambiente, que penetra en las
pupilas y envuelve el rostro y la piel con una suave caricia. El suelo, cubierto
de hojas secas forma una mullida alfombra bajo los pies. Inhalo profundamente y
comienzo a recorrer el kilómetro y medio que me separa de esta bella localidad,
bautizada por la Reina Isabel de Borbón con el nombre de Miraflores.
(Anteriormente llamado Porquerizas)
Árboles monumentales, robles
centenarios desnudos por el invierno me saludan al paso mientras los observo.
Camino sintiendo el aire penetrando en los pulmones, saboreando el instante en
el que tomo conciencia de que formo parte del paisaje. Tomo conciencia de como
el silencio interno se abre para experimentarlo todo desde lo más profundo del
ser. Y me doy cuenta de lo que supone abrir esa puerta, conectar con esa
frecuencia energética que me lleva a vivir este día desde el silencio interno,
sin darle fuerza y poder a esa voz neurótica e inconsciente que habita en el
interior de la cabeza.
Experimentar la vida
desde la misma plenitud del instante. Sentarse a escribir, o a realizar
cualquier actividad cotidiana, sin las habituales interferencias de la mente,
libre de cualquier sabotaje interno, es una buena manera de vivir este día y
cualquier día de nuestra vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario