domingo, 13 de enero de 2019

VIAJE A LA INFANCIA



Hay seres que pueblan nuestra infancia dejando una imborrable huella. Hay personas que llegaron a nuestras vidas para quedarse. Y no me refiero a la familia, cuyos vínculos van más allá de nosotros mismos, más allá del gran misterio de estar vivo, y se adentran en el karma que como bien define Deepak Chopra: El karma es experiencia, la experiencia crea memoria, la memoria crea imaginación y deseo, y el deseo crea de nuevo el karma”. Me refiero a las relaciones que por algún motivo kármico la vida nos llevó a compartir experiencias durante un periodo determinado de tiempo y luego aparentemente se disolvieron, ante la apertura de nuevos caminos, bifurcaciones nuevas que hace que los escenarios cambien y se enciendan nuevas luces que dejan paso a nuevas representaciones kármicas.
Pero, aunque la vida nos lleve por caminos distintos, aunque un océano nos separe de ellas, estas personas siguen ahí formando parte de nuestros actos, de nuestras vidas, de nuestra manera de ver el mundo, porque se han quedado prendidas bajo la piel. Se han quedado soterradas bajo un sinfín de capas que afloran desde el sentir más profundo, cuando nos permitimos entrar en contacto con el pasado, o con el presente a través de las emociones y sentimientos que nos acompañan a lo largo de la vida.
 Lo cierto es que algo así me pasa con la hermana Amparo, no puedo pensar en ella sin dejar de emocionarme, sin dejar de experimentar una pequeña pero intensa luz que se ha mantenido viva desde la infancia. Qué ha viajado conmigo hasta el presente y quizás me ha llevado a ser quién soy, incluso a tomar los hábitos de monja budista zen. En realidad no lo sé y tampoco importa. Lo que qué sí sé es que bajo ese inmenso corazón que latía dentro de ella cabíamos todas. Con su sencilla manera de ser y con su entrega sembró nuestra infancia de amor y de una gran dosis de paciencia y tolerancia ante nuestras interminables travesuras y chiquilladas. Pronto cumplirá 88 años y sigue en pie, tras haber vivido 21 años en Colombia ayudando a los niños de la calle y a los viejos desfavorecidos, a veces arriesgando su vida entre el tiroteo de los narcos. Desde hace poco vive su tranquila vejez en Benidorm, junto a otras hermanas ya mayores como la hermana Elisa que nos hacía repetir una y otra vez los ríos y afluentes de España, hasta conseguir que todas los memorizáramos. Hoy tiene 93 años y va en silla de ruedas porque hace poco se accidentó.   
Un día inolvidable, un viaje a la infancia, a las raíces del corazón de esta gran madre el que pudimos disfrutar mi querida amiga Inés y yo. Desde que alcanzo a recordar Inés ha estado presente en todas las etapas de mi vida. Pero es ahora, según van pasando los años cuando el calor y el cariño de las amistades cobran presencia convirtiéndose en un regalo, en un disfrute permanente, como este maravilloso día vivido en Benidorm.  





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