Después
de vivir dos años y medio en el Monasterio Budista Zen Luz Serena y de haber
tomado los hábitos de monja, empiezo a comprender las palabras de Eihei Dogen,
maestro budista japonés fundador de la escuela Soto Zen en Japón, cuando habla
de que “Zazen (meditación sedente) y vida cotidiana son no dos”
Meditar
cada día por la mañana, meditar cada día por la noche, me lleva a un estado de
vibración en el que no importa que esté meditando en el dojo, o que esté
cocinando en la cocina, o comiendo, o dando un paseo entre los pinos. Zazen es
para mí un acto de abandono, una manera de soltar las capas enquistadas en la
mente y en el cuerpo, de vaciarme por dentro y conectarme directamente con el
universo, desde el amor y el agradecimiento de estar viva, de experimentar el
cuerpo y la mente, sin el cuerpo y la mente formando parte de un Todo.
Cuando
apago la voz de la mente, cuando el silencio sucede, el universo entero eclosiona
en el interior del cuerpo. Y aunque todo lo viva a través del cuerpo, éste se
vuelve permeable, incluso en determinadas ocasiones se expande sin las aristas
y contornos que lo delimitan normalmente, ya sea en zazen o en la vida
cotidiana, generando un gozo y una felicidad que ni siquiera soy capaz de
describir.
Una
de las experiencias más gratificantes para mí es la comida con los cuencos
oryoki, durante los retiros de meditación zen. El hecho de comer en silencio y
en estado meditativo, me lleva a tomar conciencia de cómo los alimentos que voy
ingiriendo nutren mi cuerpo, de cómo se convierten en sangre, de cómo
fortalecen mis huesos, de cómo me permiten acceder a la vida. Experimentar la
grandeza de los alimentos en el cuerpo es un acto de amor hacia la vida, un
acto de agradecimiento hacia la tierra que nos alimenta y que generalmente
ignoramos y maltratamos. Sentir los nutrientes del campo a través de las frutas
y verduras como el calcio, el fósforo, el magnesio, el azufre…, el oxígeno del
aire, el agua del riego y de la lluvia. Sentir el universo entero generando las
circunstancias idóneas para que esto suceda. Aunque construyamos ciudades de
asfalto, aunque vivamos en torres de cemento, imposible vivir de espaldas a la
naturaleza, porque la naturaleza está dentro de nosotros mismos, nos alimentamos
de ella cada día.
Zazen
es para mí una actitud ante la vida cotidiana que va más allá de estar sentada
sobre el cojín de meditación, es un estado de conciencia que lo abarca todo y
que actualiza, en cada momento, nuestra auténtica naturaleza búdica y sagrada.
Cuando el cuerpo, quieto en estado meditativo, o tendido sobre la cama, o
caminando entre los pinos, o sentado sobre las rocas junto al mar sintiendo el
sol del atardecer en el rostro, se diluye con la respiración, ni siquiera soy
un cuerpo respirando, soy tan solo una energía vibrando en medio del universo,
un amoroso estado de conciencia que hace
que me sienta en casa, esté donde esté y haga lo que haga. No hay separación,
no hay dualidad posible porque todo está en todo y separarnos de ese Todo es lo
que nos genera dolor y sufrimiento.